CAPILLA SIXTINA

Miguel Ángel realizó los frescos de la Capilla Sixtina entre 1508 y 1512. La restauración que se realizó en la década de 1990 mostró el increíble dominio técnico del pintor, que además no contó con ayudantes para la realización de las pinturas, tan solo unos obreros que prepararon la techumbre. El tamaño gigantesco de las figuras y la dificultad de aplicar la pintura en los techos curvos convierten este fresco en una creación excepcional. El propio artista comentó en sus escritos el dolor que le provocaba trabajar desde los andamios.


La capilla había sido consagrada el 15 de agosto de 1483 por Sixto IV, quien había embellecido las paredes con frescos de los mejores artistas de su tiempo como Botticelli, Perugino o Ghirlandaio. Veinticinco años más tarde, su sobrino Julio II decidió decorar la bóveda y escogió un tema poco original: las imágenes de los doce apóstoles. Después de un tira y afloja, Miguel Ángel consiguió libertad creativa y emprendió un proyecto mucho más grandioso.
Quería mostrar toda la historia del mundo y del cosmos antes de Jesucristo, comenzando con la vigorosa creación del sol y las estrellas, del hombre, de la mujer... Quería plasmar los momentos más dramáticos: la expulsión del paraíso, el diluvio universal, rodeando todas esas escenas con una constelación de “precursores” del Verbo: los profetas judíos, las sibilas grecorromanas…
Miguel Ángel era un escultor genial pero tenía poco experiencia como pintor. Tardó un año en hacer los bocetos, y cuando estaba realizando los frescos descubrió, con terror, que expulsaban la humedad y se cubrían de una capa blanca de sal. Era frustrante. Pasaba frío, sufría estrecheces económicas por retrasos en los pagos, le dolía la espalda por pasar demasiadas horas tumbado a medio metro de la bóveda, se hacía daño en los ojos por la caída de materiales…era un auténtico infierno.
Pintar el dedo de Dios que se acerca al de Adán para transmitirle la vida estuvo a punto de costar la suya al artista. Sufría de bocio, contrajo paperas y tuvo mucha suerte de no matarse cayendo de los andamios.
La bóveda de la Capilla Sixtina es una empresa sobrehumana, casi divina, y se comprende el éxtasis que sigue despertando en el espectador al cabo de 500 años. Sobre todo ahora que la restauración pagada por una empresa japonesa permite disfrutar la vivacidad de los colores originales.
Los 500 metros cuadrados son, en realidad, toda una pinacoteca, una constelación de obras maestras incluso en los personajes secundarios: la bellísima Sibila Délfica, la atormentada Sibila Cumana, la Serpiente de Bronce, el profeta Jonás… Es una grandeza que requiere horas de lectura previa y una larga contemplación en silencio. Y que, en este cumpleaños, bien merece un brindis al genio y la tenacidad de su autor.

Fuente: ABC 

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